'Murmullo': volar hacia la vida
CRÍTICA DE TEATRO
La sala Cuarta Pared celebra cuarenta años de vida con la segunda parte del 'Tríptico de la vida'
'Tantos esclavos, tantos enemigos': la risa como crítica social

La Sala Cuarta Pared cumple cuarenta años. La mítica y, por tantas razones, memorable Sala Cuarta Pared, celebra esta temporada sus cuatro décadas de andadura, que la han convertido en un referente de nuestro teatro. Para celebrarlo nos propone este 'Tríptico de la ... vida', un proyecto de alta calidad cuya segunda entrega ('Murmullo') puede verse estos días. Si el 'Tríptico...' comenzó con una soberbia obra titulada 'Todas las casas', una mirada al otro, a los espacios que habitamos tanto emocional como existencialmente, en 'Murmullo' el duelo, la crisis que todo duelo conlleva, nos enseña las heridas que estos personajes van a poner sobre el mantel blanco de un restaurante después del entierro del amigo perdido. Hay amores, historias compartidas a lo largo de tantos años de amistad, silencios, ganas de huir, decisiones de olvidar, decisiones de no olvidar, de no perder al que se ha ido entre las grietas del pasado y, finalmente, la constatación de que solo juntos, mediante esta comunidad de dolor, es posible volver a alzar el vuelo hacia la vida.
Sin perder de vista el humor, esa frescura de unos jóvenes que evocan pasados siempre memorables y donde no falta la banda sonora de sus canciones de moda, es el aliento poético lo que le va a dar una brillantez y una dimensión verdaderamente altas. Sobre todo, por la inserción como asunto dramático de 'El lenguaje de los pájaros', un cuento persa de Farid Uddin Attar, que sirve argumentalmente para que los personajes lleven a cabo un camino de iniciación y vuelta a la vida, es decir, un proceso de purificación de ese dolor. Las almas de estos jóvenes inician su viaje por los distintos valles, por las distintas vías purgativas, como los pájaros que emigran de un sitio a otro, hasta llegar a una iluminación final. En efecto, dentro del argumento esta inserción contrasta con aquellas otras de una superficialidad y costumbrismo mayor que, a veces, dañan el espectáculo.
La belleza, y su potente carga emocional, se encuentran sobre todo en el plano visual, en la creación de unas muy sugestivas imágenes plásticas, corporales y coreográficas. Una belleza que no deja de ser inquietante, como si todo alzara el vuelo desde aquella esfera de lo terrible de la que habló Rilke en las 'Elegías de Duino'. Aquí está presente la elegía, sobre todo las distintas elegías individuales, personales y biográficas que una muerte provoca, extraordinariamente interpretadas por Marina Herranz, Nataliya Andru, Andrés Picazo y Fran Vélez, los cuales prestan su nombre a cada uno de los personajes. Y que convierten esta creación en ese murmullo que se oye cuando una obra vuela directamente al corazón del público y nos propone una salida existencial y moral. Viendo este 'Murmullo' he vuelto a recordar aquellos versos de William Carlos Williams que últimamente repito con frecuencia: «Ninguna derrota es enteramente una derrota, pues / el mundo que abre es siempre un sitio / hasta entonces / insospechado».
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